sábado, 20 de noviembre de 2010

No esperaste un año nuevo más juntos, era ya tu hora.
No esperaste a vernos todos juntos una noche más, era ya tu hora.
No esperaste que el calor abrume una vez más tu cuerpo, era ya tu hora.
Eso, era tu hora y ahora desde arriba junto con otro ser maravilloso que te estaba esperando, nos miran a todos y se sienten orgullosos de esto que gracias a ustedes dos puede tener sentido. Te llevás diez mil graias, mil te vamos a extrañar, millones de te quiero y un amor incondicional por parte de todos. Bien dicho está; es la ley de la vida. Pero admitimos que, a veces, somos un poco eogístas por no querer despedirnos por última vez, por no querer mirarte por última vez, por no querer decir adios. Pero no es un hasta nunca, es un hasta siempre. Porque decir adios es crecer, es dejar tomar vuelo y adueñarnos de un sentimiento doloroso, que de a poco, se va a ir convirtiendo en un recuerdo tan hermoso y tan puro. Y sí, te vamos a extrañar, pero esperanos, esperame allá arriba, que cuando llegue mi hora, te voy a buscar para ir a la cancha otra vez. Te quiero con todo mi corazón y siempre va a seguir siendo así. Te llevo conmigo, en mi alma, esté en donde esté. Y acordate de mi, que yo de vos, abuelo; no me voy a olvidar. Nunca.